lunes, 1 de noviembre de 2010

¿Qué significa ser cristiano hoy?



Por María Inés Maceratesi

Hoy decidí que, como bautizada comprometida con la vida y mi país, tenía que hacer algo que no consista en subirme a la ola que nos quiere hacer pensar que la fe que cada uno profesa, no tiene nada que aportar a la vida civil y política de la sociedad en la que vivimos. Quiero escribir mis reflexiones nacidas de la observación y el caminar por la vida.

En lo personal, soy una convencida de que cada uno es, piensa, existe y se desempeña en la vida de acuerdo a lo es y sabe, pero también a lo que cree.

Lamentablemente hoy la "oferta" religiosa es muy variada , no sé si decir "lamentablemente" porque puedo llegar a ser tildada de fundamentalista, así que acordamos que es una riqueza que haya una gran oferta religiosa; el caso es preguntarnos qué es lo que realmente nos hace feliz creer pero, antes de llegar a esta pregunta, quizá deberíamos preguntarnos qué es la felicidad y en qué consiste.

Llegado este punto, no sé si cabe aclarar que mi fe se expresa en un Credo que, contrariamente a lo que los algunos pensarían, no me ata en lo absoluto sino que me da libertad, me llegan sus frases como bocanadas de aire fresco que me van guiando suavemente y sin ninguna coacción, por el camino correcto.

Todos conocemos las ventajas de caminar o circular o conducir un vehículo por un camino recto porque equivale a no tener que tener miedo de toparse en algún tramo con alguna curva pronunciada o una estrechez de ruta tal que nos arroje impulsivamente hacia la banquina haciéndonos, en el peor de los casos, volcar o chocar violentamente.

El camino recto, llano y sin escollos, me asegura en cierta medida, un viaje relajado y cómodo. Con esta metáfora comparo mi fe, mis creencias que me dan un marco de seguridad en la ruta de la vida, una seguridad que no es completa porque siempre existirán las piedras en el camino pero, las señales, los signos, los símbolos que encuentro a cada paso, me infunden confianza, ya no solo en las maniobras por mí realizadas, sino en quien es el camino, la verdad y la vida.

Creo en Dios Padre Todopoderoso y si todo lo puede...¿acaso no tengo que depositar en Él toda mi confianza?.
Creador del cielo y de la tierra...¿qué más le puedo pedir si me lo dio todo y me lo regala todo para que lo disfrute durante mi estadía en este mundo?.
Y en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor...ahí es donde tengo que poner toda mi esperanza ya que al Padre no lo veo, pero Jesucristo me lo hace conocer a través de palabras y obras que Él mismo realizó como "la voluntad de mi Padre que está en el cielo".

Lo que sigue en el Credo como profesión de fe, es lo que los católicos creemos, más allá de interpretaciones teológicas de variados tintes doctrinarios, ideológicos e incluso políticos que necesitamos entender, estudiar, profundizar y discernir. La fe que profesamos no es fideista, no se alcanza mágicamente sino a través de una conversión profunda que se va produciendo a lo largo de toda nuestra vida. Quizá hoy repita mi profesión de fe con cierta convicción, según en la etapa de la vida en la que me encuentre; quizá le encuentre más sentido a ciertas palabras o frases y desestime otras pero siempre tendré que tener la esperanza de comprenderlo en su totalidad, de ahí que el nacimiento a la vida de la fe no es un acto ni voluntarista ni acabado, nace con el Bautismo como signo de pertenencia a Cristo y a su Iglesia pero debe desarrollarse y crecer hasta alcanzar la perfección que, como podemos suponer, termina de concretarse más allá de esta vida, cuando me encuentre cara a cara con el Creador.

Siguiendo con el desarrollo del Credo y salvando esos puntos estrictamente teológicos, vemos que siguen una serie de afirmaciones que los cristianos católicos tenemos como precisiones o afirmaciones. Estas son:
Creo en el Espíritu Santo
La Santa Iglesia Católica
La comunión de los santos
El perdón de los pecados
La resurrección de la carne
La vida eterna
Amén

No es mi intención desglosar cada uno de estos puntos sino detenerme en el Amén.

Cuando digo amén, estoy diciendo SÍ, así es, no puede ser de otra manera, ¿quién en su sano juicio podría ir contra estas proposiciones?. Pero para decir Amén, tengo que saber y entender a qué y a quién se lo estoy diciendo. ¿Es a la Iglesia?, ¿Es a las demás personas?, ¿Es al mundo?, ¿Es a mí mismo?. ¿Qué grado de aceptación coloco en estas afirmaciones que me propone el Credo?.

Seis afirmaciones de lo más complicadas que recitamos sin saber muy bien porqué, ya que no es fácil describir al Espíritu Santo, menos aún entender o comprender a la Iglesia Católica, explicar la resurrección de la carne o la comunión de los santos, porque escapan a nuestro entendimiento, a lo tangible y comprensible inteligentemente. ¿Qué es eso de creer en el perdón de los pecados? ¿y la vida eterna?. ¡Caramba que es complicado ser cristiano!.

¿Qué quiero decir con ésto?. Que no basta tener dos o tres puntitas por las que accedo al conocimiento de Dios sino que tengo que hacer el ejercicio diario de tratar de introducirme en el misterio de Dios y entender que jamás llegaré al conocimiento perfecto con el solo auxilio de mis fuerzas humanas.

Dios es infinito, inalcanzable, imponderable, al que nunca podré acceder de otra manera que a través de una mediación. Podré mirar el cielo, la creación toda y decir ¡qué grande es Dios! pero ahí no termina mi admiración sino que se extiende y se agranda cuando tengo que abajarme y demostrar mi creer en Dios en la vida de todos los días. Pero esta reflexión es solo el comienzo.

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